El rol del bystander en el círculo de la violencia

Hace unas semanas surgió la noticia de una mujer que fue abusada sexualmente en el transporte público de SEPTA en la ciudad de Filadelfia  mientras que testigos alrededor fallaron en intervenir, incluso algunas personas grabaron el indecente con los teléfonos celulares.

La historia ha causado reacciones no solo en la ciudad de Filadelfia, sino a nivel nacional. Por una parte la indignación de saber que las personas que presenciaron el acto violento no intervinieron para impedir que la violencia escalara. Por otro lado, los llamados a la intervención policiaca y mayor seguridad en el transporte público. 

Cuando una amiga compartió en nuestro chat de Comadre Luna, nuestra colectiva feminista obviamente la reacción fue indignación y rabia con un grado de incredulidad de que estos hechos hayan ocurrido en un espacio público ante la indiferencia de les transeuntes. Durante los siguientes días vi la noticia compartida en muros en las redes sociales, con palabras como “hasta dónde hemos llegado”. Cuando otra amiga vino a visitarme ya entrada la noche al momento de irse a su casa en comunicación con su novio ella le insistía que estaba bien y podría regresar a ella en transporte a su casa por la hora. Regresar a su casa sola en transporte público no era hasta entonces más que un acto de independencia, de pronto noté en su voz que lo que comunicaba a su novio era no solo eso sino también un acto de resistencia y autodefensa. 

Desplazarse por una misma sin tener que depender de otres, para mi siempre ha sido un acto de autodeterminación, soberanía y autodefensa, sobre todo cuando como una mujer que creció en la ciudad de México una de las más grandes urbes del mundo, el transporte público para mi siempre significó la posibilidad de regresar a casa sin quedarme a expensas de potenciales abusos en casa de conocidos. Pero hay más en esta historia que sucedió en SEPTA que me llevo a reflexionar en otras experiencias de abuso sexual en el transporte público.

Durante la historia siguió ahí brincando de muro en muro y en diferentes medios de comunicación mientras tanto yo la miraba como si fuera algo que aún no estaba lista a procesar. Una mañana mientras miraba las noticias matutinas volví a ver la noticia con un título que sugería que no toda la verdad de los hechos había salido a la luz, y que los medios y la reacciones del público habían creado una imagen aumentada de lo que en realidad había sucedido. Encontré un artículo escrito por una columnista del diario en línea The Inquirer escrito por Janice Armstrong. El título ya insinuaba “En el caso de violación en SEPTA, fuimos demasiado rápidos en creer lo peor. Como es usual, hay más sobre la historia”. Leí su perspectiva pensando que encontraría algo que tal vez ofrecería otra perspectiva de lo que sucedió, sin embargo, no me esperaba que el énfasis de su historia fuese en salvaguardar la intervención oportuna de la policía y la conducta de las personas que fueron testigos del abuso.

Lo que he visto en la forma en como se ha reportado la historia son dos historias. Una que trata de justificar porque las personas que fueron testigos no intervinieron y otra que llama por resolver la violencia con más violencia y sobrevigilancia de los cuerpos policiacos. La peor nota que encontré se centra en el individuo que cometió el acto violento, hace un llamado para su deportación centrándose en su estatus migratorio. 

Hace años cuando me involucré como voluntaria en el trabajo por el movimiento anti prisiones en Pennsylvania, mi perspectiva sobre la criminalización cambió radicalmente. Conectada con los movimientos feministas en México, estoy bastante familiarizada con el esfuerzo para ampliar el marco legal y la penalización de los Feminicidios, actos violentos que privan de la vida a personas del género femenino o son adyacentes al mismo como identidades no binarias o transexuales. En conversaciones con colegas en México discutimos lo que significaba para nosotras la denominación de segundas oportunidades y el trabajo para abolir las prisiones. Alrededor de 2013 estuve involucrada en movilización para protestar la masiva inversión del entonces  Gobernador Corbett de  $685 millones para expandir el ya masivo sistema carcelario incluyendo la apertura de dos prisiones en Pennsylvania. Escuchando a las madres en su mayoría mujeres Negras en Filadelfia que asistían a las reuniones cada semana para exponer los casos de sus hijos muchos con condenas de por vida sin derecho a audiencias me abrió los ojos hacia lo que significa nacer, crecer, vivir y morir en la comunidad Negra en este país. 

Debo mencionar que la conciencia política por las injusticias sociales ocurrió en mis años durante la Universidad en México y a través de la historia de mi padre como exiliado político durante la dictadura de Pinochet. Por lo cuál entiendo bastante bien la relación de la violencia agravada del Estado contra las comunidades que tratan de prosperar a través de de la educación que crea la conciencia, de los medios comunes para la producción y autodeterminación de las comunidades. Entiendo perfectamente que el bienestar de la comunidad no es prioridad para los gobiernos que ven en su futuro la prosperidad individualizada de aquellos en el poder beneficiarios de negocios multimillonarios con empresarios.  

Cuando escuche de las voces de estas mujeres Negras, madres fuertes con su voz que no se calla demandando la liberación de sus hijos, conectando sus historias con los ciclos de violencia que crea el Estado al recortar presupuestos a escuelas públicas en barrios predominantemente de comunidades negras que han sido segregadas racialmente por el diseño de las prácticas comunes de redlining (donde se delimitan como áreas rojas o peligrosas ciertas delimitaciones geográficas en la ciudad cortando presupuestos y desarrollo económico en las mismas), la introducción del crack y otras drogas en comunidades Negras, la falta de empleo, el ciclo de criminalización que pone en prisiones a los padres de esos hijos que también se les unirán en las prisiones para convertirse en esclavos modernos de empresas multimillonarias, entonces pude entender que estos ciclos de violencia a los que estamos expuestas no son solamente una cara de la historia como nos hacen creer.  Y es esto, lo que nos hacen creer lo que me queda rondando en esta historia del acto de violencia en el tren de SEPTA.

Aclaro, mi proceso de concientización política sobre el movimiento abolicionista no ha sido sencillo, ni ha llegado a una resolución. ¿Porque?, porque soy madre de una criatura socializada como mujer. Porque soy sobreviviente de violencia sexual y doméstica. En México cuando hablábamos con las colegas sobre el caso de los feminicidios y del movimiento por la penalización, no hay para donde mirar hacerse un lado, ignorar lo que sucede. Las cifras de feminicidios en México y la mayoría de Centro y el resto de Latino América son desgarradoras. Las imágenes de zapatillas, de prendas de mujeres, pies, manos sin vida se han normalizado a una escala aterradora en el país donde nací y crecí. La rabia que crece del dolor de atestiguar estas imágenes, no es un dolor que se pueda apaciguar con un razonamiento político concientizador, al menos no en el acto. Cuando me adentro a ese dolor que se traduce en miedo, pienso en las posibilidades no solo de mi hija, sino de miles de mujeres de poder defenderse y de poder encontrar apoyo de las personas a su alrededor. Este temor en el caso de mi criatura tiene un cronómetro que mide su edad, el paso del tiempo y el desarrollo de su cuerpo. Hacia adentro pienso, cuanto más podré protegerla, cuánto tiempo más tengo para ayudarle a crear su autodeterminación, para cultivar en ella mecanismos de autodefensa y supervivencia. Así como le enseño el ABC, en nuestras noches leemos sobre el racismo contra las comunidades Negras, la violencia contra las comunidades indígenas, la importancia de la defensa del medio ambiente y la Tierra, las posibilidades de los cuerpos de géneros y no géneros, conceptos como consentimiento y la importancia de decir NO es NO.

Ese NO, duele, pero es necesario. Mi embarazo lo pasé en la ciudad de Oaxaca, fuera del romanticismo de lo que conlleva tener una panza enorme, disfruté de sentir vida en mi vientre. Pero no baje la guardia ni un minuto. Familiarizada con el acoso sexual en las calles de México, estuve preparada para confrontar a mi agresor cuando caminaba con un grupo de amigos incluyendo a mi pareja. Yo soy una persona violenta ante el acoso sexual callejero, no me logro quedar callada, no lo soporto en mi cuerpo. Mis reacciones a otres les pueden parecer desmedidas, incluso peligrosas, pero mi cuerpo ha aprendido a decir NO de muchas formas. Cuando la doctora sin mi consentimiento anunció que tendría una mujer, debo confesar, no fue galería lo que inunda, sino un calor profundo en el vientre, consciente del trabajo que tendría por delante para no solo proteger a esa criatura, sino también de enseñarle a pelear por el resto de su vida. Este pensamiento me ha pasado por la cabeza un par de veces al escuchar a las madres Negras que tienen a sus hijos en prisiones. Especialmente una vez vi una pieza de arte callejero en la que una imagen mostraba a una mujer negra embarazada radiante tan protectora de su vientre al lado de una imagen de una con veladoras y osos de peluche que caracterizan los altares de personas de la comunidad Negra que han sido asesinades a través de la violencia callejera. Pensé en el dolor en el vientre de esas madres cuando supieron el género socializado de esa criatura que crecía dentro de ellas. 

El cómo procesar una violencia no es un proceso de un día y tampoco es un proceso individual. Por eso creo en la Justicia Transformativa, pero se que no es un proceso accesible para todes, por muchas razones. Para mi el proceso comienza incluso muchas veces por recordar y reconocer un hecho que pasó inadvertido, no sólo para mí sino para a aquelles que me rodeaban en ese momento. Si, así es, me refiero a los testigos, los bystanders como les llaman en inglés. Los recuerdos pueden ser nebulosos, pero la sensación del cuerpo que entonces quería sacarse de la piel la sensación de asco no lo es. Y es esta memoria lo que me lleva a esta violación en el tren de SEPTA en Filadelfia. Cuando era niña tal vez con unos 8 años de edad recuerdo una mañana yendo hacia el cementerio con mi madre. En aquella ocasión yo llevaba a mi perra conmigo. Para tode aquel que ha experimentado el transporte público en la Ciudad de México, es bien sabido que los vagones del metro por lo regular van no solo llenos sino a reventar. Los asientos van ocupados y generalmente el resto de las personas se distribuyen por cualquier hueco dentro del tren. Aquella tarde no fue la excepción. Mi madre había encontrado un asiento en otra fila, mientras que yo encontré un asiento individual al fondo del tren. Lo que pasó no lo recuerdo muy bien, excepto por el hecho de que enfrente mío había un hombre que traía un periódico en su mano, la sensación de sus movimientos me causa mucha incomodidad, yo trataba de hacerme pequeña de mover mis pies y voltearme para no ver aquello que me incomodaba, mientras el tren iba lleno de gente de pronto sentí algo asqueroso en mis piernas en mis manos y una pena inmensa, la sensación de mi cuerpo fue que algo había ocurrido y de alguna forma me había lastimado. Baje del tren en nuestra parada y como pude trate de limpiarme restregando mis manos en mi pantalón llena de asco. Nadie de todas las personas a mi alrededor se dio cuenta, aparentemente. Hoy me cuesta trabajo pensar que fue así, de hecho me resisto a pensar que fue así. Precisamente porque mi experiencia de mi vida me ha confirmado todo lo contrario. Que siempre en situaciones de violencia hay testigos, bystanders que se niegan a reconocer lo que están presenciando y prefieren pensar que tal vez lo que está pasando no sea tan malo, o que tal vez hay una razón que justifica el hecho y muchas veces lo atribuyen a la persona que fue la víctima de la violencia o a la persona que cometió el daño. Pero por lo regular, todo mundo permanece callado incluso bajando la vista.

Esta desafortunadamente no fue la primera vez que experimente violencia sexual en el transporte público. Muchas veces recuerdo estar sentada y sentirme atrapada en el asiento al lado de un tiempo que se me restregaba con sus piernas y trataba de tocarme con sus manos mientras yo trataba de poner mi mochila o lo que trajera entre mi cuerpo y el suyo. Mientras fui creciendo fue aprendiendo a defenderme, y poco a poco a armarme de objetos que me sirvieran para interponer entre mi cuerpo y el de los demás, varias veces tuve que gritar y usar mis manos para crear ruido para llamar la atención de los demás, muchas veces le grite al resto de la gente una vez que el acosador se fue con la cola entre las patas, indignada le grite a esos bystanders porque no hacían nada y deciden seguir mirando al suelo prefiriendo sentirse incómodos. Años después cuando fui víctima de abuso sexual de un conocido, cuando verbalice lo que paso a mi mejor amiga ella me culpo de lo que paso. Una vez más bystander de la violencia, pero también cómplice de algo que ella veía venir y decidió ignorar.

¿Qué es lo que lleva a alguien a cometer un acto violento e infundir dolor en otros cuerpos? En el caso de esos extraños que me atacaron en el transporte público o del individuo que me abusó sexualmente, tal vez nunca lo sabré. En otros casos de violencia doméstica, se con claridad que mis agresores fueron víctimas de otras violencias, y su trauma los llevó a ejercer violencia sobre mi cuerpo. ¿Que nos hace ignorar hechos violentos que presenciamos como bystanders? Creo que esta pregunta me la puedo explicar a mi misma, porque yo también he sido bystander de la violencia. En el caso de mi madre, tal vez puedo decir con certeza que fue el miedo de que la violencia sobre ella se volcara hacia mí. En el caso de actos violentos en la calle donde he visto agresiones hacia otras personas, el miedo ha sido similar, pensando que el agresor se puede volcar hacia mí, el no saber toda la historia y las dinámicas entre las personas involucradas. La opción de llamar a la policía, no se si hubiese sido viable para mí en México, considero a los cuerpos policiacos asquerosos, mi experiencia no ha sido diferente de las insinuaciones sexuales de civiles en la calle, incluso peor sabiendo que un policía tiene poder institucional sobre mi cuerpo. En casos en los que he intervenido, no en el momento, pero en relaciones cercanas donde se que hay violencia doméstica, mi intervención ha sido directa y determinada a proteger a la persona que sufre la violencia, sobre todo porque conozco del círculo de la violencia en el cuál es muy difícil a la víctima el reconocer lo que sucede y tomar acción por sí misma. En estas situaciones ha habido personas en la comunidad que han estado dispuestas a apoyar y otras que se han resistido a tomar parte, argumentando que se trata de una situación doméstica y una relación entre dos. Y es este hecho justamente el que el movimiento feminista argumenta contra el gobierno de México, el cuál ignora tantos feminicidios bajo la figura del crimen pasional, por eso decimos que lo privado es político. 

Es por este hecho que el artículo en The Inquirer de Janice Armstrong me llevó a escribir esta larga reflexión. En su argumento ella menciona que no todos los testigos presenciaron el hecho en el que durante aproximadamente 40 minutos el perpetrador acosó sexualmente a la víctima en el tren, que solamente unos cuantos fueron testigos de la violación sexual que tuvo una duración aproximada de 6 minutos. El artículo básicamente argumenta que lo que pasó no fue tal como lo publicaron los medios y que las personas que filmaron el incidente de hecho contribuyeron a la investigación con el video que tomaron, que la policía acudió inmediatamente para detener al perpetrador, básicamente que como sociedad, vaya, no estamos tan mal. Sin embargo, creo que este es el problema del bystander. 40 minutos de avances sexuales a una persona que no está interesada en esa interacción en un espacio público. Cualquier persona que sea víctima de violencia puede reconocer en su cuerpo lo que está pasando  en 1 minuto y sabe que no está bien, que hay peligro de que la situación escale a algo peor. Las alternativas son pelear, congelarse, someterse, o hacerse la muerta. Dependiendo del grado de violencia de la situación nuestro sistema nervioso nos llevará a actuar de la forma en la que mejor podremos sobrevivir al acto de violencia. Pero a veces como bystanders estamos en una posición mucho más distanciada de ser alcanzadas por esta violencia, y nuestra intervención puede significar vida o muerte para la persona que está siendo violentada en ese momento. La Justicia Transformativa no solo se centra en les individues que están en ese momento interactuando en una relación de dos, significa cómo actuamos ante actos violentos en nuestra sociedad. Tampoco podemos pretender que otro individuo con una placa de policía armado resolverá la situación o prevendrá que esta se vuelva a repetir. 

La violencia sexual como la explica Rita Segato en su libro Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres constituyen parte de las estrategias violentas de guerra para imponer el poder, a veces en conflictos armados, étnicos, religiosos o conflictos entre el control de narcotraficantes. En su libro Rita describe cómo esta violencia trata de conquistar y a veces destruir territorios como parte de su estrategia de control, y el cuerpo de la mujer constituye un territorio más. Segato describe dos tipos de violencia en cuanto a feminicidios “aquellos que pueden ser referidos a motivaciones de orden personal o interpersonales – crímenes interpersonales, domésticos, y de agresores seriales-, y aquellos de carácter francamente impersonal, que no pueden ser referidos al fuero íntimo como desencadenante, y en cuya mira se encuentra la categoría mujer, como genus, o las mujeres de un cierto tipo racial, étnico y social, en particular, mujeres asociadas a la corporación armada antagónica, mujeres de la otra vecindad, mujeres del grupo tribal antagónico, mujeres en general como en la trata”. 

Francamente creo que las condiciones precarias de vida que enfrentamos la mayoría de las comunidades de color, comunidades Negras, aquelles que han migrado, no pueden ser desconectadas de la violencia internalizada del despojo económico con la que hemos crecido. Reconocer estas violencias, nombrarlas y en lo posible actuar para romper con el ciclo de violencia es imprescindible para la sanación de nuestras comunidades. Es tan solo un componente de la Justicia Transformativa. Entender la raíz de la violencia, entender cómo socializamos esta violencia y la normalizamos. Cómo nos convertimos en bystanders y el potencial de actuar para romper con este ciclo que desemboca en ese final que ya conocemos que es el que llega a la nota roja. Estos son pasos para la prevención de la violencia. Finalmente todes participamos de ella, ya sea como víctimas, perpetradores o bystanders. 

Esta es mi contribución, y es un mandato, del cuál se que dependerá la sobrevivencia no solo de mi hija, sino de muchas más. Como ya mencione, mi camino hacia el compromiso abolicionista no es fácil, es eso, un camino a recorrer, mientras tanto continuare desde lo privado enseñando en la crianza la importancia de la autodeterminación a partir del principio del consentimiento y el poder de decir NO es NO, y en lo público compartiendo mi experiencia como sebreviviente de la violencia sexual y doméstica. 

NOTAÑ Si eres alguien que esta explorando la Justicia Transformativa, Abolisionismo y las situaciones de abuso sexual, te comparto este evento organizado for Project NIA en Enero, todes tenemos mucho que aprender